"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos" | SURda |
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19-06-2017 |
Rolando Astarita
El domingo pasado en Francia se realizó la primera vuelta de las elecciones legislativas. El partido de Macron, En Marcha, obtuvo el 32,2% de los votos; 13 puntos porcentuales por encima de los Republicanos, que tuvieron 21,5%. El Frente Nacional obtuvo 13,2%; el Partido Socialista el 9,5%; Francia Insumisa el 11%. Con estos resultados hay posibilidades de que en la segunda vuelta En Marcha se haga de la mayoría de la Asamblea, con 435 diputados sobre un total de 577; los Republicanos obtendrían 90; los Socialistas y sus aliados 25; Francia Insumisa 13 y el Frente Nacional 3. La tasa de participación de los comicios fue del 40,75%, un porcentaje muy inferior al registrado en 2012 (48,3%) y 2007 (49,3%).
El programa de Macron contempla, entre sus prioridades, que las empresas negocien los salarios de forma individual y no estén obligadas a los convenios por ramas; también aumentar la flexibilidad para contratar y despedir trabajadores, y para fijar las normas laborales. Son demandas de larga data de la patronal francesa, que hasta ahora han encontrado la resistencia de los trabajadores. Pero la nueva mayoría que se establecería en la Asamblea Nacional aumenta las chances de que la clase dominante finalmente avance sobre el trabajo.
Indudablemente, En Marcha se ha convertido en la alternativa de la burguesía francesa y de la Unión Europea. La contracara del ascenso del partido de Macron es el derrumbe del PS, que pasa de tener 331 bancas a unas 20 o 30; los Republicanos, que hasta hace algunos meses soñaban con dirigir el gobierno, pasan de tener 194 bancas a 80 o 90.
Algunos partidos y analistas de izquierda, a la vista de la caída de los socialistas y republicanos, recientemente caracterizaron que en Francia se había abierto una crisis de proporciones. Así, y a propósito de las elecciones presidenciales, se habló de “crisis del régimen”; de “crisis orgánica”, y de “crisis política que no hace más que comenzar”. El argumento central es que el electorado abandonó a los partidos tradicionales.
Pues bien, discrepo con estas caracterizaciones. La razón fundamental es que exageran la importancia de los movimientos de superficie de la política diaria, perdiendo de vista que las relaciones esenciales permanecen inalteradas. Un ejemplo típico lo constituye la historia de la Italia de posguerra: en los 71 años que van de 1945 a 2016 hubo nada menos que 42 jefes de gobierno. Recuerdo que a raíz de esa inestabilidad política permanente, un grupo trotskista italiano, con el que tenía contacto en los años 1980, hablaba de “crisis pre-revolucionaria crónica”. Pero la “crisis pre-revolucionaria” se continuaba, año tras año, sin que se tradujera en ningún movimiento de la clase obrera hacia el anticapitalismo. Y la burguesía seguía renovando su control, a pesar de las turbulencias de superficie. ¿Qué sentido tiene hacer este tipo de caracterizaciones “crónicas”? De hecho, solo sirven para oscurecer las cuestiones esenciales y marearse con palabrerío izquierdista.
Yendo al caso de Francia, vemos que descienden los votos al PS y a los Republicanos, pero aumentan los votos a En Marcha. Más importante, la amplísima mayoría del electorado apoyó alternativas burguesas (incluso Francia Insumisa presenta un programa extremadamente moderado). Entonces, ¿por qué debería preocuparle a la burguesía francesa el cambio de figuras al frente del Gobierno o en el Parlamento, si no hay gran diferencia en los programas y estrategias? Se renueva el elenco dirigente para que todo continúe más o menos igual (esto es, para que siga la ofensiva contra el trabajo).
En cuanto a la abstención –argumento clave de los defensores de la tesis “crisis orgánica-, no veo que sea tan esencial. En términos de Gramsci, una crisis orgánica se distingue por la desaparición del consenso que las clases dominadas le conceden a la ideología dominante. Según Gramsci, si la clase dominante ha perdido el consenso, no es más “dirigente”, sino “detentadora de la pura fuerza coercitiva”. Pero la realidad es que la mayor parte de las veces la burguesía no tiene adhesión activa de las masas (o de una parte de las masas) a algún proyecto, y gobierna sin apelar tampoco a la “pura fuerza coercitiva”. Es que en el medio de estos escenarios polares se cuelan variantes. Entre ellas, es frecuente que haya desánimo; o que no se vislumbre la posibilidad de cambiar el estado de cosas. La abstención electoral muchas veces es expresión de este estado de ánimo. Por eso la actitud puede ser la de “soportar”, “resignarse” o “tolerar de mal grado”, sin que se altere en lo básico la explotación. A lo que hay que sumar los eventuales ascensos de variantes del “socialismo burgués” (Syriza en Grecia, Podemos en España, ahora el Laborismo inglés, para mencionar solo casos europeos recientes) que llevan a la frustración y desmoralización (Syriza). Reforzando así, en última instancia, el “soportar”, “resignarse” o “no ver salida”.
En otras notas he planteado la necesidad de luchar sin ilusiones (ver aquí ). Con esto trato de decir que los análisis deben ser materialistas, y que no hay que apostar a quimeras reformistas burguesas. Es necesario partir de las relaciones de fuerza entre las clases fundamentales, y de una caracterización de clase de los programas que apoyan, consienten o toleran las masas trabajadoras. Para eso, es necesario “bajar la fiebre” de los análisis que a cada momento encuentran una “crisis pre-revolucionaria” o “una crisis orgánica”. Es parte de la lucha por la ruptura con todas las expresiones políticas e ideológicas de la clase dominante.
Fuente: https://rolandoastarita.wordpress.com/2017/06/13/elecciones-francesas-algunas-reflexiones/
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